Política educativa

De valores en la educación
Hace algunos meses me encontraba de visita en una escuela secundaria que había ampliado su horario para que los alumnos permanecieran la jornada completa en ella. Los profesores se organizaban de múltiples maneras para atender a los alumnos después del horario regular de las sesiones de clase y habían propuesto desarrollar talleres optativos con los adolescentes. Uno de los talleres era el de danza, conducido por una entusiasta maestra de ciencias que tenía por pasatiempo el baile. Las alumnas que se habían inscrito al taller estaban deseosas de aprender a bailar reggaeton, duranguense y baile de tubo; la profesora se mostró indignada ante la petición que le habían hecho sus alumnas y les respondió que en ese taller aprenderían a bailar danzas regionales. Las alumnas, inconformes por el contenido del taller de danza, desertaron a las pocas sesiones y se inscribieron en un club de voleibol, que no les agradaba, pero que les permitía tumbarse en uno de los corredores junto al sanitario, a pasar el tiempo mientras llegaba la hora de la salida; pues el profesor de educación física se concentraba en los varones que participaban en el equipo de la escuela y los entrenaba para participar en un torneo interescolar.

Quizá los lectores den la razón a la profesora que conducía el taller de danza y argumentarán que esos bailes de moda son inadecuados para que se enseñen en la escuela. Es probable que tengan razón; sin embargo, el hecho me produjo una comezón intelectual que me estuvo molestando durante varios días. ¿Por qué las alumnas no se plegaban a la intención de la profesora? ¿Por adolescentes rebeldes? ¿Por inmaduras? ¿Por qué preferían tumbarse en el suelo del corredor antes que acceder a bailar danzas regionales? ¿Por qué la profesora no accedió a su petición? ¿Qué sucedería si ella accediera? En fin, intentando responder mis preguntas, recordé lo que los enfoques didácticos actuales recomiendan: partir de las experiencias y conocimientos previos de los alumnos para intervenir educativamente. De pronto, todo se aclaró en mi mente: la profesora debió acceder y empezar por lo que las alumnas conocen para, poco a poco, introducirlas en las danzas regionales y en el baile de salón y en los ritmos afroantillanos, y en cualquiera de los otros géneros bailables de la música; es decir, podría intervenir educativamente y ampliar los horizontes de las adolescentes cuyo contexto social y cultural les había ceñido estrechamente en torno de los ritmos de moda.

¿Por qué narro esta anécdota en un texto sobre educación en valores? Porque me parece que ilustra perfectamente los valores que orientan la convivencia entre profesores y alumnos en una de las tantas escuelas básicas que funcionan en nuestro país. Mientras la escuela no amplíe su comprensión del relevante papel que desempeña en la formación de las nuevas generaciones, persistirán las actitudes de autoritarismo, intolerancia, discriminación, desprecio y otras que frecuentemente matizan indicaciones, comentarios, evaluaciones y sesiones de clase en la vida cotidiana de las escuelas públicas y privadas.

Respeto a la dignidad humana, justicia, libertad, igualdad, equidad, solidaridad, responsabilidad, tolerancia, honestidad, aprecio y respeto de la diversidad cultural y natural: Estos son los valores que aparecen enunciados en el Plan de estudios de la educación primaria 2009 –publicado por la sep- sólo por citar un documento oficial que consigna los valores que debe impulsar la educación básica. Si revisamos preescolar y secundaria, nos percataremos de que estos valores están presentes también en los respectivos documentos curriculares.

Es claro que si los ciudadanos mexicanos viviéramos conforme los valores enunciados, naturalmente, este país sería completamente distinto al que hemos construido; sin embargo, “vivir en una sociedad democrática” es una experiencia ajena a nuestra forma de vida en sociedad; pues, por razones históricas hemos conformado una nación signada por la desigualdad, la lucha de clases, la discriminación, la violencia y la intolerancia.

Así, el problema no es la definición de los valores a promover en la escuela –tópico que fue ampliamente abordado en el evento denominado “Educación y valores para la convivencia en el siglo XXI”, con motivo del nonagésimo aniversario de la sep- el verdadero problema es que la escuela básica se mantiene incólume en sus prácticas educativas de hace 200 años (y algunas de ellas provenientes de la Edad Media, sin exagerar: copias y planas para enseñar a leer y a escribir, por ejemplo). Seguramente el lector pensará que la escuela no es la única institución responsable de la transmisión de valores y tendrá la razón. No obstante, la escuela es la institución creada expresamente para formar a los ciudadanos y, por ello, en ella recae la enorme responsabilidad de hacer eso justamente: formar ciudadanos.

Otras instituciones como la familia y la iglesia tienen una función social distinta, transmisora de valores, también, pero no necesariamente de los valores expresados en líneas anteriores. La escuela básica tiene, por su función, la misión de formar ciudadanos capaces de vivir en una sociedad democrática y, para lograrlo, debe transformarse radicalmente.

La escuela básica puede reconstruirse como una comunidad democrática en donde alumnos, personal y familias aprendan a participar en un marco de respeto a los derechos de todos, con apego a la ley, sustentando su quehacer en los valores que pretende formar en sus alumnos. Para ello, es indispensable hacer una limpieza profunda de programas, peticiones, indicaciones autoritarias e irresponsables de los actores del sistema que cumplen funciones administrativas. Es preciso dar aire a la escuela básica para que ella esté en posibilidad de construirse con la participación de la comunidad a la cual sirve. No es mi pretensión proponer “privatizar” la educación, sino hacer partícipes de ella a sus beneficiarios directos, en un contexto donde sea posible opinar, tomar decisiones conjuntas, aprender a analizar y a reflexionar sobre los problemas que aquejan a cada escuela, en suma, aprender a vivir democráticamente.

Es preciso concentrar los esfuerzos en fortalecer a la escuela básica y evitar el dispendio de recursos en programas, proyectos, iniciativas y políticas innovadores –nunca antes pensados, nunca antes puestos en marcha, según dice cada nuevo grupo de expertos que accede a los puestos de decisión en la sep- que no hacen más que distraer a la escuela de su función primordial. Termino recordando que hace años, un profesor de primaria comentó en una reunión de trabajo de uno de tantos proyectos innovadores, que sería fabuloso que los alumnos dejaran de asistir a clases, para poder entregar toda la documentación que le solicitaban sobre ese proyecto y otros en que debía participar.


Telenovelas, instrumento importante para abatir rezago educativo: Lujambio
Este titular de la nota que apareció en la Jornada el 18 de marzo de 2011, a propósito de las declaraciones de Alonso Lujambio, Secretario de Educación Pública, en el marco de la entrega de los Reconocimientos al "Compromiso con el Futuro de México 2011" es, sin duda, una muestra impecable de la clase de ideas que señalan el rumbo por el que tiende a transitar la educación nacional.

Naturalmente, la indignación de cientos de lectores del diario en que apareció, y de una gran cantidad de usuarios de las redes sociales no se ha hecho esperar; indignación que ha sido expresada en todos los tonos, la mayoría de ellos, de mofa y de hartazgo. Lo interesante de todo esto es que la posibilidad de expresar nuestra opinión en los medios electrónicos se está convirtiendo, paulatina pero inexorablemente, en un instrumento de enorme poder para crear opinión pública y eso es justamente lo que puede provocar cambios en nuestra sociedad. Las herramientas de comunicación electrónica disponibles hoy en día para los ciudadanos, han mostrado su enorme capacidad de empoderarnos y de decidirnos a ejercer por este medio, una ciudadanía cada vez más activa. Esto es, en sí mismo, un enorme avance en el camino que estamos recorriendo para llegar, algún día, a la tan mentada democracia que muchos esperamos. Sin embargo, aun es una incipiente posibilidad porque, en nuestro país, todavía hay miles de personas ajenas al uso de las herramientas que nos provee la tecnología.

Cierro mi alusión al uso de los medios electrónicos para crear opinión pública y entro en materia: la declaración de Alonso Lujambio que tanto ruido ha generado. Como profesional de la educación he sido testigo de la influencia de la televisión en la mente de los niños, jóvenes y adultos que destinan una gran cantidad de horas a ella y que, lamentablemente, no han tenido oportunidad de convertirse en espectadores críticos de ésta, lo cual, lógicamente, lleva a una porción relevante de televidentes a consumir pasivamente la enorme cantidad de programación comercial que nos ofrecen las cadenas de televisión abierta con mayor alcance: Televisa y TV Azteca, que muestran cada vez con mayor cinismo y descaro su nulo interés por contribuir al enriquecimiento de la cultura y el fortalecimiento de la educación de nuestros ciudadanos. Hay suficientes ejemplos de esto en los programas que producen y seleccionan para transmitir en sus barras, a los que no es necesario hacer referencia.

La televisión es, en definitiva, únicamente un medio de transmisión que posee casi infinitas posibilidades de difusión de información; sin embargo, la calidad de ésta es producto de las decisiones de los "concesionarios" (propietarios, en la práctica) de las frecuencias, y el Estado ha sido no sólo incapaz de regular estas decisiones; sino que, además, es el principal cómplice de ellas. La superficialidad de la declaración de Alonso Lujambio lo ilustra y es, además, clara muestra de incompetencia gubernamental para trascender los mezquinos intereses de la clase política mexicana para, aunque sea, fingir que gobierna para el pueblo.

Efectivamente, la televisión y las telenovelas podrían contribuir a reducir el rezago educativo; pero, para que esta posibilidad se dé, es preciso transformar radicalmente el contexto en que nos encontramos; y, para impulsar el cambio necesario, es indiscutible la necesidad de ejercer una ciudadanía activa por parte de todos nosotros. Los "Lujambios" que rondan las esferas del poder son producto de nuestra pasividad e ingenuidad; y ellos seguirán ocupando los espacios que los ciudadanos dejemos vacíos. Ya es tiempo de que empecemos a llenar esos espacios con nuestra inteligencia y capacidad; basta leer los comentarios vertidos por lectores y usuarios de las redes sociales para percatarnos de que hay mucho talento en nuestro país, a pesar de la televisión y las telenovelas, y que cientos de personas que se ofenden por las declaraciones de nuestros funcionarios podrían, perfectamente, tomar decisiones éticas y en pro del bien común, en la administración de este país.

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